El Invierno

Para Paulina.

El invierno, ocaso tierno y mío, ha llegado

torres demolidas, árboles mojados, mujeres envueltas, narices moquientas,

camas calidas, lana, lanas, la Ana, tiernas mañanas,

chispas siestas, estufas, salamandras de Salamina,

vapores, meses hermosos, grises y marrones.

Sí Julio, es tuyo.

El eterno milagro de sostener la derrota aun venciendo,

porque en invierno todos caen derrotados,

buenos y malos,

basta recordar al duro General Frío venciendo a Napoleón en la Europa oriental,

lección que no se dignó a aprender aquel pequeño mojigote renacentista.

En mi el invierno siempre esta presente,

quizás porque nací en invierno,

viví siempre en invierno.

Soy fresco,

soy frío,

soy gris,

amanezco tarde,

oscurezco temprano,

mis soles son arquetipos,

mis lunas invisibles,

mis mujeres resfriadas o enfermas,

mis manos, turrones torpes, secas de por vida,

mis labios, grandes tulipas, renegridos y partidos,

sangrando siempre,

siempre.

En invierno las plazas se pueblan de nada, de frío armónico y luces oscuras,

aquel silencio de la ciudad se vuelve verdaderamente delicioso,

y los días cortos (lo bueno dura poco)

y los días largos.

Pero al entrar en mi casa, me doy cuenta

que el invierno

no es tan tierno.

Ella me dice:

“Los pobres se mueren de frío en invierno,

los Linyeras (si es que quedan, pienso yo)

Se congelan los culos cuando se mean encima,

los niños indígenas (si es que quedan pienso yo)

no pasan un resfrío y van derecho al cajón,

sin amoxilina ni nada”.

Querida,

en invierno

anochezco más que nunca,

mejor me callo

y me quedo en casa.

Julio Fernandez Pelaez.